La polaca Margot Dydek, pivot más alta del mundo,
juega en el Ciudad Ros Casares Valencia
Getafe, Lotos Gdynia,
Ekaterimburgo, Connecticut Sun... Son equipos muy distintos. ¿Cómo valora su paso
por ellos? En cada sitio que he estado me he sentido bien. Soy muy
abierta y eso me ha ayudado a integrarme en cada equipo, en cada ciudad. He
tenido mucha suerte con los conjuntos en los que he estado. Sería injusto
destacar un sitio, porque en todos tengo amigos. Dependiendo de los resultados deportivos
pasas fases mejores y peores, pero el global es muy positivo. No puedo
quejarme.
Es una especialista
en tapones y en ataque, sus resultados son fantásticos y sus 213 centímetros le
hacen la profesional del baloncesto más alta del mundo. ¿Qué necesita mejorar? Muchas veces se olvidan de mi altura y me piden que sea más
activa, que me mueva más rápido. También tengo amigos que me piden que anote más
puntos, que me olvide del equipo y piense en mis estadísticas, pero yo soy una
jugadora que sólo mira por el bien del grupo.
¿Qué tipo de juego
prefiere? Lo que más me gusta es poner tapones a las rivales o
dificultar sus tiros para que, cuando tratan de evitarme, fallen sus
lanzamientos. También me gusta coger rebotes y dar el primer pase de
contragolpe muy rápido, para que mis compañeras puedan salir con ventaja.
¿Qué parte de su personalidad
se refleja en su estilo de juego? No soy egoísta fuera del campo y tampoco lo soy dentro. Para
mí, es imposible olvidarme de los demás en la vida real y supongo que eso
también se traslada al campo.
¿Qué diferencia a un
ganador de un perdedor? A mí me seduce mucho la idea de ganar cosas importantes.
Algunas jugadoras de otros equipos tienen miedo a jugar partidos importantes,
pero yo es lo que prefiero. Jugar la Liga y las fases previas es divertido,
pero donde de verdad se motiva una es jugando por el título. Ciudad Ros Casares
Valencia está a la altura de los mejores equipos de Europa, como hemos demostrado
clasificándonos para la Final Four. Ahora, el reto es aspirar al título y,
sobre todo, mantener esta misma ambición varios años. Al final, en estos
niveles, lo que marca la diferencia entre un ganador y un perdedor son los
pequeños detalles. Un error puntual te puede hacer perder el partido y, por
tanto, hay que estar concentrada los 40 minutos para no dar ventaja a nuestras
rivales.
¿Es fácil el
entendimiento entre jugadoras de distintos países? Este equipo está muy bien diseñado, tanto a nivel deportivo
como humano. No se ha dejado nada al azar y todas las jugadoras son grandes
como personas. Eso ayuda en la dinámica de trabajo, porque sabes que siempre
puedes confiar en ellas.
¿Está en un buen
momento de forma? No, ahora no estoy al cien por cien. Me estoy recuperando de
una lumbociática. Llevo muchas semanas con el tratamiento. Lo cierto es que
nunca había tenido tantos problemas físicos como aquí, en Valencia. Es duro,
porque pasas horas en rehabilitación, pero vale la pena. Espero llegar a la
Final Four en buen estado de forma.
¿Cómo es la afición
del Ros Casares? ¿Le da fuerzas para jugar mejor? La gente española es muy simpática y eso se nota en la
afición, que es más efusiva que en otros clubes en los que he estado. Yo
comparo a los españoles con los polacos, porque, al poco de conocerte, ya te
invitan a su casa para comer. Luego, hay sitios donde te valoran igual, pero lo
exteriorizan menos.
¿Se le hace difícil
estar lejos de su país? La relación que mantengo con la gente de mi país es
constante. Hablamos por teléfono y trato de tenerles informados de cómo me van
las cosas en España. Ellos también tienen muchas cosas que contarme. Cuando juego
con el Ciudad Ros Casares en Polonia, muchos de mis amigos vienen a verme en
directo, como sucedió este año en la Euroliga femenina. Jugamos en Cracovia y,
aunque mi familia no pudo venir a verme, saludé a muchos amigos.
Muchos inmigrantes de
los países del Este están en España para trabajar. ¿Mantiene contacto con sus
compatriotas? Es cierto, muchos polacos vienen a ver mis partidos. Me pasa
en Valencia y me pasa cuando viajo a otras ciudades. En Barcelona, por ejemplo,
se acercaron a saludarme unos compatriotas. Me encanta hablar con ellos y estar
al día de sus inquietudes. Es normal que la gente se vaya a otro país en busca
de trabajo. En Polonia, hay muchos rusos y rumanos. Supongo que es por eso por
lo que veo la inmigración como algo natural, cotidiano.
¿Se siente integrada
en la sociedad valenciana? Me siento muy integrada en Valencia. Con las Fallas, la
ciudad se volvió muy ruidosa, pero fue divertido.
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