Dicen que el sitio más difícil para jugar a baloncesto en el mundo es el Madison Square Garden. Allí los aficionados son realmente entendidos...y crueles. Que los New York Knicks allí son idolatrados o enviados al infierno. No hay término medio. No son impasibles a nadie Sí que es verdad, que cuando ganaban esos títulos, a principios de los 70 en la NBA (de los que aún viven), eran dioses en la "Gran Manzana". El aficionado se introducía de tal manera en aquel ambiente, que los gritos de "Defense, defense", que allí nacieron, y el agitar todos al unísono pañuelos blancos, de pie, animando al equipo, eran una de las señales de mayor comunión con el equipo, y mayor devoción por él, como en ningún deporte ni recinto deportivo existe.
Allí, los medios de comunicación son voraces, entre otras cosas, porque entienden. Allí no se conciben los "bocinazos" de un programa como "El Rondo", que se grita por gritar, incluso a entrenadores, sin saber de lo que están hablando. Allí se entiende.
El baloncesto femenino en Estados Unidos es hostil. Demasiado hostil. Allí se creó una liga profesional femenina en el año 78 y murió en el 80. Luego se creó esta WNBA apadrinada por la NBA, utilizando todas sus instalaciones y todos sus medios. Si no, sería imposible e inviable crear nuevamente una liga femenina, que a finales del siglo pasado tuvo otra intentona, que nuevamente pereció sin pasar dos temporadas.
Pues ahora imaginen el baloncesto femenino en el Madison. E imaginen que este equipo, bautizado como New York Liberty, exceptuando los primeros años en los que llegaban a las finales, nunca se han acercado ni remotamente al éxito. No hace falta que juren para saber que las críticas han sido buenas.
Entre las jugadoras que defendían los colores "plati-negros", ha habido casos en España como Tamika Whitmore o Kim Hampton o la actual Kelly Schumacher, sin tampoco mucha aureola allí. En verano, se prefería "despellejar" al encargado de fichar en verano en los Knicks, que ver de reojo a las jugadores que se curtían en la cancha.
Pero había una excepción. Becky Hammon es una chica de melena rubia y cara inocente, de sonrisa fácil, con ramalazos de adolescente de buena familia. Pasa el tiempo, no su faz angelical. Pero Becky Hammon es la única chica de esta liga WNBA, que ha hecho efervescencia en la prensa neoyorquina.
No es para nada la imagen inicial que se buscaba. Pero a esta chica hay que verla evolucionar en la cancha. Y no hablo de estadísticas, de marcas anotadoras, que las tiene, ni de sus habilidades entrando a canasta, decidiendo en los dos contra dos, o por su tenacidad defensiva. Ni tan siquiera de su excelente tiro exterior.
Becky Hammon tiene en su esencia todo eso que ha enamorado durante generaciones en Las Ventas. Perdón, en el Madison (Es que, solera es solera, oiga): tenacidad, lucha entrega... ¿qué demonios? Corazón. O lo que al otro lado del "charco" llaman, "soul".
Un aficionado de los 70 es capaz de quedar prendado por este chica. Es sentimiento por encima de todo. Eso que muy por encima de la pelota que esté manejando y de las acciones que haga, hace partícipes a todos los habitantes de las gradas. La chica llega a emocionar. Tiene liderazgo y esa "gracia" que nos hace mover nuestros fluídos corporales.
En las ocasiones en las que he estado en vuestro pabellón, he visto el afecto que inculcan los padres a sus hijos por este deporte, como para ir como el que ve a los Reyes Magos, por un autógrafo a Helen Luz, con los ojos... pues de un niño. Pues a esos padres, decirles que cuando vean a Becky Hammon y sientan ese "soul", tendrán que confesar a sus hijas: "Cariño, siéntelo, porque esto es baloncesto".
Y los padres, que retengan estas sensaciones de una chica que viene desde muy lejos, precisamente para esto, para inspirar sensaciones en una cancha de baloncesto.
Que lo disfruten.
Antonio Rodriguez Jiménez (Especialista en baloncesto de Canal +)
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