Entrenadores y entrenadoras de todas las categorías, jugadores y jugadoras de todas las edades, impulsores del baloncesto desde todos los rincones se sentaron delante del televisor para ver como un grupo de deportistas ejemplares conseguían ser campeonas incluso perdiendo una final.
Agotadas, exhaustas, tras dos semanas compitiendo al máximo nivel en todos los partidos, decidieron apretar los dientes, pisar más fuerte el parquet y realizar el último y maravilloso esfuerzo independientemente de que esa demostración final tuviese o no un premio tangible. Se vieron veinte puntos abajo ante unas superdotadas jugadoras norteamericanas pero lejos de rendirse a la tentación de dejarse ir sabiendo que el éxito de la plata ya estaba conseguido, pelearon por cada balón, en cada defensa, en cada rebote como si la vida les fuera en esos minutos finales de un Mundial maravilloso.
Y ese orgullo, esa exhibición de carácter, de mentalidad deportiva, de exaltación de la palabra honor, se convirtió en la última y gran lección de un verano inolvidable. Esos miles de entrenadores y entrenadoras, de jugadores y jugadoras de todas las edades, de sus familiares o amigos que presenciaron el partido, recibieron el mensaje de que además del resultado final hay algo en el deporte que va mucho más allá, que no se escribe en el acta ni aparece en las estadísticas, que no lo refleja el marcador final pero que sí tiene tanto o más valor que cualquier dato objetivo. Ese algo más se encuentra en el interior de cada deportista, de cada buen deportista, y le invita a luchar siempre al máximo, a respetar el propio baloncesto sabiendo que sólo los que no entienden el verdadero sentido del deporte definen los últimos minutos de un partido como los de la "basura". Que no se trata de "maquillar" resultados si no de darle valor a cada acción del juego, desde la primera a la última, con el convencimiento que no es lo mismo perder de 25 o hacerlo de 13.
La selección femenina española cerró un verano nuevamente inolvidable que ha vivido, como suele suceder, las dos caras de un deporte en el que se ha de ser capaz de convivir con los éxitos y las decepciones, con las victorias soñadas o las derrotas inesperadas. Nunca se deja de ser alumno y de la misma manera que las lecciones llegan cuando el guión te traiciona, también lo hacen cuando se toca la excelencia en la forma y, sobretodo, en el fondo. Ellas realizaron un Mundial impecable exponiendo de manera sencilla y a la vez eficiente cómo se puede ganar desde la preparación, el talento y la armonía. Pero a esa suma de valores que hemos ido relatando uno a uno durante estos últimos días, se sumó la última y maravillosa lección. Esa que nadie, desde los clubes, desde los equipos de formación, nunca deberían NI olvidar ni dejar de transmitir y que reza que cuando el esfuerzo es máximo y continuo lo único que puede perderse es un partido porque siempre, siempre, gana el baloncesto que cada jugador o jugadora lleva en su interior.
FEB