En este año
2009 se conmemora el 40º aniversario de la irrupción del baloncesto
femenino en Vigo bajo la denominación del REAL CLUB CELTA. Cuatro décadas
llenas de vivencias, emociones, éxitos y algunos momentos negros que
han colocado a esta entidad como símbolo del baloncesto femenino en
Galicia y en el escenario estatal.
Alguien como
el periodista Alberto Ovenza, que ha podido vivir toda esta trayectoria
desde una posición tan privilegiada, refleja en este interesante artículo
el significado que esta conmemoración tiene para la ciudad de Vigo Uf, cuarenta
años del Real Club Celta de baloncesto femenino. Sí que es mucho tiempo,
sí, casi media vida, y parece que fue ayer. Pero es Vigo y aquí nada
ocurre por azar y sí por conjunción de esfuerzos, por dedicación,
por empeño en dar pasos hacia delante. Cuarenta años y un gran botín,
porque cinco Ligas y cuatro Copas dan galones sobrados para pensar en
el Real Club Celta como uno de los motores del campeonato nacional femenino.
De hecho, es el único equipo junto al Cajacanarias que ha disputado
todos los campeonatos desde que la Federación Española de Baloncesto
adoptó para ellas la denominación de Liga Femenina.
Vigo no estuvo
en la primera línea de salida, en 1943 con el Campeonato de España
(la Copa), ni en el comienzo de la Liga en 1963, pero nunca fue ajeno
a ambos. Organizó la segunda edición de la Copa, en pista descubierta,
en 1944 (16-12 para la sección Femenina de Madrid sobre el Español
de Barcelona), y entró en 1965 en la elite liguera con el Estudiantes,
el perfecto ADN céltico.
Pero tanto
dato se puede simplificar en uno solo. Importa que un 6 de septiembre
de 1969 el presidente del Real Club Celta, Rodrigo Alonso, y el
presidente del Estudiantes, José Nistal, ya desaparecidos ambos, pactaron
colocarse a la altura del Madrid y del Barcelona en concepción filosófica
(ambos tenían sección de baloncesto) y fueron más allá respecto
al Barça con el equipo femenino. El Madrid lo tendría algunos años.
Ahí estuvo la diferencia histórica. El baloncesto femenino, qué curioso,
no era la prioridad (siempre se hablaba de ascender a Primera División
masculina, ahora Liga ACB), pero se convirtió por su propio impulso
en el motor de la sección hasta que el equipo masculino desapareció
en la segunda parte de los años 1970. ¿Que cómo se hizo? Mérito
de unas extraordinarias deportistas, que con sus éxitos cerraron cualquier
camino de dudas.

De las canchas
descubiertas, las chicas (o las niñas, como cariñosamente las ha llamado
siempre la afición) pasaron en 1968 al pabellón central de As Travesas,
un lujo en aquella España diferente. Antes CDM, ahora IMD... tanto
da: Maribel Lorenzo, Angeles Liboreiro,
Susana García, Rocío Jiménez, Marisol Paíno, Juana Ingelmo,
Ángeles Araújo, Elena Moreno. El Celta dio un paso hacia la profesionalización,
hacia el futuro, cuando en Madrid y Barcelona se vendía otra cosa.
Fue un club puntero por títulos, pionero por filosofía y respetado
porque nadie llevaba 6.000 espectadores (sí, 6.000) a una pista. Surtidor
constante de jugadoras para la selección nacional, espejo de futuras
generaciones gracias a una cantera que dio productos formidables, el
Celta ha sabido redescubrirse con el paso del tiempo, recomponerse de
su eliminación durante ocho años por caprichos de un dirigente futbolístico
que a finales de los años 80 no quiso entender el significado del prestigio,
y volver a conquistar glorias entre dos siglos, al final del XX y justo
al principio del XXI.
Es 2009 año
celeste sin duda, pero también del propio deporte femenino a nivel
nacional. El Celta rompió tabúes en años en que la mujer se estrellaba
contra un pensamiento único que la relegaba socialmente. El valor de
las victorias, del esfuerzo, del espectáculo en fin (porque el basket
femenino también lo sabe regalar) encontró en el Celta y en Vigo una
caja de resonancia de especial importancia para equiparar sexos. Ocurre
como siempre, que en Vigo nos cuesta reconocer lo que tenemos, que es
mucho e histórico. Y el Celta femenino es digno valor museístico.
Por tradición, por historia, por compromiso. Porque es ciudad.
Alberto Ovenza. |