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EPÍLOGO
Tenía un sueño...


Tenía un sueño. Era un sueño que casi se hizo real. De esos típicos en los que la emoción te empieza a embargar ante la confirmación en realidad de tu ilusión, lo cual no deja de ser preludio inequívoco de que no va a suceder. Ante los sueños hay que postrarse frío, adoctrinado en la desesperanza de su irrealidad. Sólo así se consigue disfrutarlo si tiene a bien su conversión. Pequé, pues confié. Llegué a rozar ese sueño de verlo tan cerca. Lo medí en tiempo, pues no hay otra variable para medir la belleza de un sueño. Sin duda fue hermoso en su amplitud y efímero en su hermosura. Cayó él, caí yo.

 

Tenía un sueño. Un sueño iniciado el 8 de agosto. Perturbado, tratando de apostar la resaca tras el biombo de la ilusión, ahogué en penurias mi ya de por si corto periodo para dormir a fin de compartir con ellas el nacimiento del sueño. Porque no hay sueño si no hay objeto, y el objeto eran ellas. Eran doce chicas y una escuadrilla de personas a su alrededor. Podríamos llamar al todo "delegación". Una vetusta tele se convirtió en el inseparable amigo mientras uno buscaba descanso sobre un colchón inflable en un piso cualquiera en Alicante. Había más gente en la casa, compañeros de jarana que prefirieron degustar los encantos de Morfeo a los de la "delegación". Así que yo y mi concurrida soledad compartimos ambos los primeros momentos del camino a recorrer, un camino medio andado y que tornó en cada vez más pedregoso. Un camino con varias paradas, a cual más exótica: Fidji, Brasil y Cuba. Tres lugares para perderse, pero donde encontramos la senda correcta, la que llevaba a Pekín.

 

Tenía un sueño, pero era colectivo. Y no sólo de todos los que restábamos horas de descanso para ver a la "delegación", sino de ella misma. Tenía un sueño por esa ganadora incansable que es Ana, por verla sonreír más allá de su constante seriedad en pista. También por esa directora de orquesta llamada Elisa. También por la perseverante Nicholls y su futuro hermano, y por su madre, vecina de asiento en el Preolímpico de Madrid y confidente de precios para viajar a Pekín. Por Madariaga, o Valdemoro, o Amaya, que hubo de sobreponerse a una inopinada invitada: una lesión. También por Cindy, porque su buen humor y su buen juego merecían una recompensa de gran calibre. Por Revuelto, porque tiene todo el crédito habido y por haber después de esa Copa en Sevilla. Por Alba, indudablemente, porque ya es presente ávido de triunfos y para ello se acompaña de un talento y un descaro que no cabrían ni en un océano de sus sonrisas. Por la sabiduría de Nuria y el impagable esfuerzo que hubo de hacer para soportar el hecho de no poder ayudar a sus compañeras en la clasificación olímpica. Por la veteranía de Isa y por esas ganas con las que salta a cualquier cancha. Por Tamara, que cruzó el charco con la idea de crecer y volvió con la certeza de ser más grande. Por Luci, porque para ella pudo ser redondo unir en un verano matrimonio y medalla. Cómo no, también por Laia, pues ella cierra un quinteto de lujo. Sin embargo, como en la Última cena, existe una figura, la número 12+1, que está y no. Es Silvia Domínguez, que contribuyó tanto como las anteriores para que la ciudad prohibida no tuviese barreras.

 

Tenía un sueño, pero no tuvo un buen inicio. Tampoco un buen final, pero conviene no olvidar lo más importante del bocadillo, lo que está entre el pan. Conviene no olvidar cómo la Gran Muralla se tambaleó ante el Tornado de Binissalem. No fue derribada, pero la rabia contenida fue a caer sobre gente de nuestras Antípodas. Nueva Zelanda exhibió dureza y anarquía en su juego. Fue respondido con acierto en el tiro de campo y superioridad en el rebote. Se antojaban ingredientes imprescindibles para el futuro. De él llegaron las checas, pero lo hicieron para asistir atónitas a una exhibición. España realizó dos cuartos rayando la perfección. Defendió con fiereza e inteligencia, con la agresividad que otorga tener el vacío bajo los pies pues, de haber perdido ese choque, Australia se avistaría en el horizonte. Y las australianas son tan inabarcables como una constelación. Se ganó y después sucedió lo previsible, acaso endulzado con una primera mitad encomiable frente a las estadounidenses, galácticas de este deporte que cuentan sus duelos por victorias.

 

Tenía un sueño, pero si pensáis que ha muerto, estáis equivocados. Acepto que no pasamos de cuartos, que las medallas relucientes de mi sueño ya no serán portadas por las nuestras, pero ese sueño ha sufrido una metamorfosis. Se encerró antes de desvanecerse. Madurado por el tiempo, el sueño eclosionó en otro aún más bello, de mayor recorrido. Un sueño que va a durar un mínimo de cuatro años. Un sueño que será puesto en escena en Londres y ante el que, esta vez sí, espero encontrar acomodo en la platea. Será una obra de Calderón. La vida es sueño, sin duda. Allí estaremos para aplaudir, incluso más de lo que ahora hacemos a la "delegación" por regalarnos madrugadas de pasión, sobremesas de emoción y amaneceres de sufrimiento. Su actuación ha sido magnífica. En breve bajará el telón, pero muchos no olvidaremos que estáis ahí detrás. No olvidéis, entonces, que nosotros estamos frente a vosotras, siempre, espectadores agradecidos que acuden a vosotras para animaros, para aplaudiros y para consolaros cuando la ocasión lo precise. Somos un público fiel porque así nos habéis moldeado.

 

Buen viaje y dulces sueños.

 

 

Álvaro Llorente

Periodista.

Para LOKOS X EL BALONCESTO FEMENINO

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